EL TABURETE DE T
Me coloqué tras la columna pensando que estaría a salvo de los niños que jugaban a ser mayores en el bar, ni recuerdo su nombre pues quizás nunca me importó, ahora con el tiempo ha pasado a pasado a formar parte de la historia más absurda de amor platónico que he tenido jamás, quizás un mero sueño de esas historias que nunca pasan, quizás una parte de un querer encontrar. Cuando pedí la copa me sentí nervioso, no sabía bien porqué, de hecho mi amigo también me lo preguntó, ni siquiera respondí y me limité a sonreír, sabía que llegaría en un momento con mi prima.
Al acercarse la noté más cansada, más curtida en mil batallas de guerras que se han perdido, en eso me recordó a mí.
Después cuando me acerqué detecté un fino halo de rechazo, de defensa quizás y eso me resultó aterrador, tanto tiempo, tantas ganas de hablar y nadie que quisiera escuchar. No se cuando nos movimos, no se si lo hicimos a pie o a caballo, tampoco como llegamos hasta una mesa con cuatro taburetes, fue allí donde después de mezclar mis frases con las suyas en un vulgar papel cuando reconocí su mirada, la que podría reconocer entre mil personas, fue entonces cuando sentí la sensación de velocidad, la de saber que lo que ves te gusta, fue entonces cuando golpeé por debajo de la mesa mi pequeño reloj para que parase un momento, solo uno. Yo nunca le pido nada pensé.
Necesitaba ir al baño, quería comprobar una cosa, y me levanté y antes de entrar al mismo, supe que era ella, la princesa de mis recuerdos, esa que vive en un cuento personal que solamente puedo leer yo, esa que me pertenece porque ya se que nunca podré tenerla, y al volver a sentarme sonreíamos los dos, no se porque reía ella, si se porque lo hacía yo.
Me temblaban las rodillas y decidí agarrarme al taburete de T, y si no hubiese sido ilegal no habría soltado aquel pedacito de madera.
Más tarde ya en la calle, la abracé e inspiré profundamente, sabía que era lo poco que recordaría hasta volver a verla, probablemente sería mucho tiempo después. Luego al darme la vuelta, pensé, ¡Que cojones!, no te quedes con la duda y volví corriendo a su lado para que recordara la promesa de salir a cenar. Solo me pidió a cambio estas vulgares letras que esta noche plasmo sobre una pantalla que titubea de vez en cuando y mientras pienso, que diré si consigo sentarme con ella un par de horas sin el mundo a mí alrededor.
A T, a la princesa de coleta castaña y sonrisa despistada.
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