El piano sonaba de lejos.
Una señora me guiñaba el ojo, cómplice.
Un dedo se colaba bajo mis bragas de Mafalda.
Tus ojos oscuros me miraban y tu boca se abría, explícita.
La señora volvió a guiñarme un ojo y ya no era una señora.
Eras TU, que no existes ni tienes nombre, tus manos y tu pelo.