viernes, 23 de abril de 2010

ABRIL

Estaba en mitad de un examen… mi compañera me lo había pedido y yo gustosamente se lo dejé. Nunca le había dejado el examen a nadie. En el fondo me encantó la idea de que alguien se copiara de mí. Para matar el rato me puse a leer, pero para que el Sr. Profesor no sospechara me puse a escribir:

Hacía ya más de un año que bajaba a la pescadería que había enfrente de mi casa.

Siempre hacía el mismo ritual, iba dos veces por semana y compraba pescado fresco y congelado. La pescadería era regentada por un señor mayor algo antipático y compungido, el Sr. Rihou.

- Por favor, un trozo de bacalao fresco y una sepia.

Siempre le atendía el Sr. Shu, un joven tímido, alto, moreno con ojos negros. Shu apenas le hablaba, ni le preguntaba cómo quería el pescado. Lo colocaba en una bolsa que cerraba cuidadosamente, y dirigiendo la mirada hacia el suelo, se lo entregaba.

Cuando llegaba a casa encontraba, además de su pedido, un par de navajas. La situación se repetía de forma sistemática cada día que iba a comprar.

El Sr. Shu le intrigaba. Nunca le decía nada, se limitaba a observar y obrar en consecuencia.

Aquella mañana fue a comprar pescado y no encontró al Sr. Shu.

Buenos días, Sr. Rihou. Y el Sr. Shu?

No le llame Sr. Ese maldito bastardo. Ayer me confesó que me estaba robando, a mí, vamos…. Ese mequetrefe.

Perdón Sr. Rihou, pero no tenía pinta de ser un ladrón.

Sí, encima me lo confesó el. Me dijo que no podía evitarlo, que sabía que a ella le gustaba. Mejor no preguntes, que hoy estoy de muy mal humor.

Compró un poco de boquerón fresco y una sepia. Se fue corriendo a casa. Qué misterio, el Sr. Shu parecía ser buena gente. Al parecer robaba… Entonces recordó el par de navajas que siempre encontraba en la bolsa de pescado. Se sintió muy extraña, ¿a cuántas mujeres le habría regalado pescado Shu?

La idea de un joven apuesto regalando pescado a sus admiradoras hizo estragos en su mente y en su cuerpo. Qué lástima que Shu se hubiera ido de la pescadería. A ella le hubiera encantado que esos ojos tímidos la miraran y que esas manos con sabor a mar la agarraran. Pensando todo esto, se quedó durmiendo la siesta.

Cuando se despertó, decidió ir a comprar un nuevo libro. Mañana era 23 de abril. Entró a la tienda donde trabajaba su amiga Rei.

Hola Rei, guapa, qué tal va todo? Rei era una mujer muy emocional y expresiva.

Tía, acabo de ver al buenazo, al pescador.

No jodas Rei, a mi vecino?

Si, tía, a ese le daba yo un buen meneo. Y dime, tú que haces por aquí? Vas a comprarme una nueva colección de libros para depresivos? U otro de esos libros de arte abstracto que no comprende ni spm?

Rei, me encanta cuando eres tan explícita. Pues ni una cosa ni la otra. Quería comprarme un cuento. Mañana es el día del libro. No creo que nadie venga a regalarme ninguno.

Yo te regalo uno, pero uno que a mi me guste.

Pasaron un buen rato conversando y después se fue a casa. Últimamente dormía demasiado. A la mañana siguiente, se levantó y preparó café. Hizo tostadas y zumo y se tomó un buen desayuno. Cuando salió de casa miró el buzón. Había algo dentro. Sacó las llaves del bolso y recogió su paquete. Era cuadrado e iba envuelto en papel marrón. No tenía dirección ni remitente. Rápidamente lo abrió. Era un libro: Memorias de un pescador, por Shu Sisozu. Además encontró una nota que decía:

En mi continuo caminar por la vida me he tropezado con criaturas q me han agradado, tú eres una de ellas. Te regalo mi primer libro, recién publicado.

Se quedó quieta, inmóvil, pensando. Shu, escritor. Shú, su vendedor de pescado. Ese chico minucioso y tímido que tanto le gustaba.

Subió corriendo a casa y decidió ponerse enferma ese día y no trabajar. Comenzó a leer y no salió de casa hasta los dos días, cuando hubo terminado de leerlo.

Pensó que Shu era una criatura adorable y que era una lástima que no trabajara en la pescadería. Ya no sabía si lo volvería a ver. La ciudad era muy grande, el sabía dónde vivía ella, pero tal vez era un juego al que ella no podría jugar.

2 comentarios:

  1. Cuando por la noche te dije
    Que en realidad no pasaba nada
    Tuve que agachar la cabeza
    Para evitar tu mirada
    (...)
    Tiraste una piedra en el agua
    Y vi las ondas que se se acercaban
    Pero nunca aprendo, nunca entiendo
    (no sé qué pasa, que) Nunca me entero de nada.


    Desde el Colectivo de Empanados y Nomedoycuentistas (CEN, Chin Pó y se acabó), nos sentimos pasticularmente solidarios con su historia con el chinorris.

    Le ponemos estos versos de Jarabe de Palo para ejemplificar este mal tan extendido en la sociedad moderna (especialmente entre personas rubias y morenas, no demasiado altas ni bajas, a las que les gustan algunas cosas sí y otras no, y quizá de jóvenes disfrutaban las historias de piratas o princesas)

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  2. Nunca me entero de nada. Estar en la inopia forma parte de mi vida desde que tengo uso de razón, y veo que este mal (o bien) está más extendido de lo que creía. El Sr. Shu lo sabe. El vive en su mundo y no lo comparte, nadie lo conoce, nadie sabe lo que hace realmente ni lo que espera. Vive soñando y escribiendo.
    Desde aquí le envío una siesta espacial con sueño agradable incorporado y un enorme beso, para que se entere.

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